Tras décadas de silencios, se multiplican las iniciativas sobre la sexualidad de personas con diversidad funcional.
De las personas con diversidad funcional se piensa que su cuerpo no puede producir placer, que si tienen sexo, tendrán hijos y, por tanto, podrán transmitir de generación en generación la discapacidad. Se piensa que su sexualidad es más intensa, menos ajustada, más expuesta a peligros, más descontrolada. Para Soledad A. Ripolles, coordinadora de la Oficina de Vida Independiente de Madrid, las peores situaciones a las que se enfrentan las personas con discapacidad son la falta de respeto a su autonomía moral, no darles la oportunidad de desarrollar su sexualidad, ignorándola por completo; ridiculizarlos si expresan deseos amorosos o sexuales, someterlos a “juegos” de excitación, abusar de su cuerpo como consecuencia de la reclusión en la que viven y, como el conjunto de la población, no tener acceso a una educación sexual liberadora.
Esa falta de educación sexual es lo que, para los sexólogos Samuel D. Arrese y Almudena Herranz, hace imposible que las personas diversas construyan su dimensión de ser sexuado de forma distinta, particular, única y no por su pertenencia a una clase o colectivo. “No hablamos de una educación parcelaria que únicamente obedezca a fines ideológicos y que parte de la genitalidad y sus problemas, sino de una que facilite recursos para ser más críticos con las desinformaciones y deformaciones de la realidad sexuada, que no prescriba y proscriba conductas, estilos, modos y peculiaridades, y que sea coherente con la construcción que cada uno quiere hacer de su vivencia sexual. Una educación sexual, por tanto, para todos, no para casos especiales”. Una educación sexual para generar preguntas y no silencios.
Respuestas diversas
Algunos de los principales afectados por ese silencio que rodea a la sexualidad y a la diversidad funcional son familias y profesionales (educadores, fisioterapeutas, etc.), bien por falta de espacios, bien porque se cercena constantemente el tema, bien porque las respuestas que se dan desde el modelo reproductivo se quedan cortas o porque están sujetas a intereses políticos y de mercado. Mientras tanto, ambos agentes a veces facilitan, otras compensan, reducen, sustituyen, incrementándose en algunos casos la vulnerabilidad, dependencia y normas de identidad, pero en otros se generan redes para el apoyo mutuo que impulsan la interdependencia y la ruptura de modelos.
Para muchas personas con diversidad funcional, la experiencia de la discapacidad ha servido para reexperimentar y repensar su sexualidad. “Encontrarme de repente en una silla de ruedas me permitió tomar conciencia de que mi sexualidad estaba reducida por la genitalidad”, nos comenta Francesc Granja, uno de los precursores deTandem Team, asociación de defensa de la diferencia y la diversidad. Esta asociación ha desarrollado un protocolo llamado Intimity que sirve de puente entre dos personas que quieran recibir y ofrecer un encuentro erótico. “Supone para ambas partes una experiencia pedagógica, donde cambian como personas al tomar contacto con otra erótica, con otra vivencia de ser sexuado”, explica Granja. Su objetivo, facilitar la expresión sexual de personas con diversidad funcional y el contacto con sus deseos sin un efecto terapéutico específico a través de una figura suplente previamente formada y seleccionada.
Atender al bienestar emocional
Esta figura opera dentro de una relación contractual que se mueve en el vacío legal y la controversia sobre si es prostitución o mercantilización de los cuerpos. Tandem se ha fijado en la experiencia belga y holandesa y, como la Asociación Nacional de Salud Sexual y Discapacidad (ANSSYD), parte de un modelo de salud que atiende al bienestar emocional, afectivo y relacional de las personas. Prostitutas especializadas, colectivos, asistentes sexuales, educadores y resto de profesionales coinciden en la misma afirmación: “Muchas personas no saben expresar qué es lo que quieren, ni cómo les puedes estimular los deseos, ni salen de la genitalidad heteronormativa”.
Así, la asistencia sexual en España aparece hoy como una propuesta que se mueve entre el derecho, la necesidad y la ampliación de lo que es propiamente la asistencia a personas con diversidad desde el modelo de vida independiente. Por ese motivo, asociaciones como Sex Asistent o ASPAYM Catalunya apoyan esta figura y promueven formaciones en sexualidad y diversidad funcional para ejercer profesionalmente dicho apoyo, ser suplente, completar una terapia o ser simplemente sujeto erótico.
Otra mirada crítica sobre la sexualidad no normativa y la diversidad funcional la está aportando el documental en proceso Yes, we fuck, que, a través de diferentes testimonios, critica un modelo de afectos que valora tener cierta capacidad y reprime lo monstruosamente diferente. Algo muy en la línea de lo que este año planteó la Muestra Marrana 6 con el taller de Postporno Tullido: romper con un sistema que no quiere que personas subversivas tengan sexo de forma subversiva. Y, como el resto de profesionales e iniciativas, desarrollar una propuesta diversificadora y no homogeneizadora de la sexualidad y de las personas dentro o fuera de las posibilidades del mercado.
En definitiva, es muy duro pensar que seguimos creyendo que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana. Sobre todo si tenemos en cuenta que sale de una sociedad que necesita marcar constantemente, reduciendo las posibilidades y creando discursos generadores de cuerpos sanos-enfermos, normales-monstruosos, funcionales-disfuncionales, sexuales-asexuales, objeto de abusos-sujeto de perversiones. Y donde la sexualidad y la capacidad siguen jugando un interesante papel como “ideales regulatorios”. En ese cruce de binomios, el par ‘sexualidad’ y ‘diversidad funcional’ empieza a presentarse para muchos colectivos y personas como una posibilidad para dar una vuelta de tuerca a los ideales morales regulatorios.
«Periódico Diagonal»